Rafael (pseudónimo), uno de mis
clientes de asesoría académica, es un estudiante que cursa el primer semestre
de la licenciatura en psicología al que con un mes de anticipación se le indica
realizar un trabajo. Mientras Rafael destina una buena parte de su tiempo de
todos los días para navegar en
internet y para reunirse con sus amigos en el café, se autoconvence de
que el trabajo “lo empezará después, al fin que le llevará poco tiempo y
todavía tiene tiempo de sobra”, que tan solo “necesita relajarse o estar
inspirado antes de comenzar a trabajar”. De manera que “sin darse cuenta” pasan
los días y las semanas (no sin el “recurrente y molesto pensamiento” de lo que
tiene que hacer) hasta que justo la tarde previa a la fecha de entrega, Rafael
comienza a trabajar en la tarea preestablecida porque en ese momento creé que
“trabaja mejor bajo presión”. El resultado a la mañana siguiente: Rafael está
desvelado, cansado, “angustiado”, con autocríticas devaluativas, con un trabajo
de baja calidad (tipo bajar-copiar-pegar) y “atemorizado” ante lo que
pronostica será una inminente nota reprobatoria. Pero la historia no termina
ahí, una vez que el profesor emite su calificación numérica y hace notar la
baja calidad del trabajo, Rafael se autodenigra más aún, se culpa por lo pésimo
de su desempeño e incluso “enfurece” ante la “injusticia del profesor” y lo que
van a decirle sus padres al final del semestre. Una vez en calma, Rafael se
promete a si mismo que no volverá a ocurrir ni una más de tales tragedias. No
obstante, vuelve a caer una y otra vez de manera casi automática y como
“víctima” en tal comportamiento, el acto de procrastinar.
¿Qué es y qué no es procrastinación?
La vigésima segunda edición del
diccionario de la Real Academia
de la Lengua Española
indica que la palabra procrastinación se forma a partir de dos términos que
provienen del latín: pro (a favor de)
y crastinare (relativo al día de
mañana), por lo que literalmente significa posponer, diferir, aplazar o dejar
para mañana. Neenan (2008) define procrastinación como “la conducta de dejar
para después lo que en nuestro mejor juicio concluiríamos que deberíamos
(preferentemente) hacer ahora, y que al no hacerlo obtenemos consecuencias no
deseadas”. También señala lo que la procrastinación no es, y esclarece dos
aspectos: (1) la necesidad de distinguir la procrastinación de la postergación
planeada cuando existen razones legítimas para aplazar la acción, como el
recabar más información antes tomar una decisión importante (pero se convierte en
procrastinación cuando la persona se angustia ante la posibilidad de equivocarse);
(2) que sería un error considerar a la procrastinación como simple pereza
porque ésta última es la resistencia a emprender una acción, mientras que la
procrastinación implica estar ocupado, realizando una actividad substituta o
trivial (p.e., navegar ociosamente en internet), para evitar seguir adelante
con la actividad prioritaria que requiere de acción en el momento presente
(p.e., preparar una exposición para presentarla frente al grupo en la próxima
clase). Contrario a lo que puede parecer, también se ha concluido en estudios
específicos que la procrastinación es más que un problema de organización personal
(Ferrari et al., 1995).
Procrastinación académica
Solomon y Rothblum (1984) definen
la procrastinación académica como: (1) la conducta de casi siempre o siempre
postergar el inicio o conclusión de las tareas académicas, y (2) casi siempre o
siempre experimentar niveles problemáticos de ansiedad asociada con tal
postergación.
Epidemiología
En la población general la
procrastinación está presente en el 60% de los encuestados; para el 25% es un
problema discapacitante. No obstante, la procrastinación académica tiene una
prevalencia mayor. Diversos estudios indican que el 95% de los estudiantes
universitarios procrastina en mayor o menor medida, que el 50% lo hace sistemáticamente y de manera
problemática, y que algunos estudiantes invierten más de la tercera parte de
sus actividades diarias en procrastinar (Ferrari et al., 1995; Dryden, 2000).
Consecuencias
El estudiante procrastinador sufre
consecuencias importantes. Entre las consecuencias académicas más comunes están
las calificaciones más bajas, el mayor ausentismo a clase, la mayor incidencia
de reprobación y las tasas de deserción más altas. Aunado a lo anterior, los
estudiantes procrastinadores presentan los niveles de estrés más altos y presentan
más enfermedades orgánicas (Ferrari et al., 1995). Por otro lado, la
procrastinación académica también conlleva a consecuencias emocionales
importantes, como la inadecuación personal, autodesprecio, vergüenza, culpa, frustración
y ansiedad. Además, una buena parte de las consecuencias emocionales de la
procrastinación, sustentan el desarrollo de pensamientos que a su vez conllevan
al autoempequeñecimiento, a dudar de las habilidades propias, lo que puede predisponer
a hacer previsiones catastróficas, vacilaciones, desconfianza, un sentido de
inutilidad, más desconfianza y más postergación, lo que eventualmente puede dar
lugar a sentimientos de impotencia, frustración, preocupación constante,
hostilidad y depresión. Es decir, se puede desarrollar y consolidar el círculo
vicioso de la procrastinación (Dryden, 2000; Neenan, 2008).
Causas
En varios estudios se han identificado
tres factores causales que están presentes (aislados o combinados) en la
mayoría de los individuos que procrastinan de manera crónica y discapacitante
(Neenan y Dryden, 2002):
1. Ansiedad: se basa en la percepción
de una amenaza a nuestra autoestima si emprendemos la tarea que rehuimos. A
corto plazo, eludir la actividad nos ayuda a “perder de vista” nuestra ansiedad
y las temidas consecuencias asociadas a ella, pero a largo plazo nuestros
problemas se perpetúan y se fortalece el hábito de postergar, lo que aumenta la
probabilidad de seguir procrastinando.
2. Baja tolerancia a la frustración:
se refiere a una supuesta incapacidad nuestra para soportar la frustración, la
incomodidad, el esfuerzo sostenido, el aburrimiento y los contratiempos, etc. Lo
que nos hace postergar las tareas desagradables o en caso de haberlas empezado,
que nos demos enseguida por vencidos y que dejemos inconcluso nuestro trabajo. A
largo plazo nuestra vida se hace más difícil a medida que se van acumulando los
problemas sin resolver.
3. Rebeldía: está en relación
con la tendencia a expresar nuestra ira hacia otras personas, postergando
tareas importantes, por decirnos qué debemos hacer o cómo debemos comportarnos.
Referencias bibliográficas
1. Dryden, W. (2000) Overcoming procrastination. London : Sheldon Press.
2. Ferrari, J. R., Johnson, J. L., & McCown, W. G. (1995).
Procrastination and task avoidance: Theory, research, and treatment. New York : Plenum Press.
3. Neenan, M. (2008). Tackling Procrastination: An REBT Perspective for
Coaches. Journal of Rational Emotive Cognitive Behavioral Therapy, 26, 53–62.
4. Neenan, M., & Dryden, W. (2002). Life Coaching. A
Cognitive-Behavioral Approach. Brunner-Routledge.
5. Solomon, L. J., &
Rothblum, E. D. (1984). Academic procrastination: Frequency and
cognitive-behavioral correlates. Journal of Counseling Psychology, 31, 503-509.